Habíamos abandonado la ciudad a las ocho de la mañana, dejando en ella las voces expertas en meteorología que habían vaticinado un día pésimo. El cielo así lo demostraba también.
Pese a todo, nos sentimos empujados a tan esperada aventura.
Sordos y ciegos, avanzamos por la carretera.
Nada indicaba que fuera a hacer un buen día.
(Continuará)
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