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domingo, 23 de noviembre de 2008

Recuperación Post-Fisio

LO QUE NADIE ME HABÍA HECHO SENTIR

Hace unas 40 horas que he ido al fisio. No había ido con uno desde hacía 10 años, cuando un esguince cervical me tuvo dos semanas con collarín y un año en rehabilitación.
Cosas de mi interés que me dijo:
“Lo que me parece increíble, tal y como tienes la espalda, es que no te duela la cabeza todos los días, ni te marees, ni estés mucho peor… claro, correr es lo que te salva, que te ayuda a estirar la espalda”.
“Tienes el trapecio como una piedra. Como esa piedra de Boñar que has estado cargando estos días”.
“¿Qué cuándo puedes correr? Ná, en dos días. Total, correr es lo de menos, comparado a lo que me has contado”.
(Se refería a cargar piedras, pintar techos y paredes a destajo, cargar muebles, cuidar a una hija de 3 años, aguantar las tensiones que supone estar construyendo una casa… ná, el día a día, vamos)

Lo que me dijo que me hizo: estirar los músculos, tratar los trapecios, los hombros, otros músculos cuyo nombre no recuerdo, estirar la telilla esa que recubre los músculos, esa blanquecina que retiramos de la carne guisada… (ays, dios, qué repelús)

Lo que yo sentí que me hizo:
1. Clavarme un palo en un punto del trapecio. Decía que el dolor iría a menos, pero se debía referir a su dedo, porque lo que es mi espalda…
2. Luchar con mi cuello empeñándose en empujar en dirección contraria al movimiento que me pedía hacer. Es decir, sin mediar palabra, me agarra la barbilla por detrás y con una toalla me gira la cabeza hasta colocar la barbilla lo más cerca de la perpendicular con el hombro que pudo para decirme que gire la cabeza hacia el frente, mientras él trata de impedirlo. Dos veces me lo tuvo que decir, que no me aclaraba con el empeño, total, “pero si tú tienes más fuerza que yo, no lo voy a conseguir…” “que sí, que sí, tú empuja, ya verás qué fuerza tienes en el cuello”. Bueno, no sólo no me descoyuntó, sino que la sensación final fue de un alivio tal que casi lloro del monstruo que me había quitado de dentro.
3. Tumbada boca abajo, y a bocajarro, claro, con sus palmas sobre un lateral de mi espalda, empujón a lo bestia para intentar aplastarme todas las costillas, por si podía llegar de un golpe a tocar la camilla que estaba debajo de mi. “¡Aggggghhh, capullo!”, fue mi respuesta. “Es que si te aviso no me dejas”. Qué gracioso. Y sin perder la sonrisa, y casi sin que hubiera podido recobrar el aliento, rodea la camilla hacia el otro lado y a repetir la operación en el lado derecho. Fue inevitable un segundo “¡Agggggggghhhhh, CAPULLOOOOO!” “¿No te ha gustado?” me pregunta encima, “Bueno, pues nada”.
4. Boca arriba, me usa de tío vivo, primero con un brazo y después con el otro, a saber: vamos a agarrar a esta chica por las muñecas y vamos a dejar caer todo el peso de mi cuerpo en dirección contrario a su hombro. Y no sólo eso, sino que vamos a hacer unos giros a modo de agujas de un reloj, que así mola más. “Es imposible que te descoyunte”, me tranquiliza ante las dudas que le planteo… Impresionante la constatación al soltarme de que EFECTIVAMENTE los músculos son elásticos. ¡Madre mia! Pero, en serio, ¡si sentí cómo volvían a su sitio!
5. Tumbada también boca arriba, apuntala dos tornillos en mi nuca que me atraviesan toda la cabeza hasta llegar a la frente y ocasionar un hormigueo en todo el cráneo como nunca había sentido. Experiencias nuevas, sin duda.
6. El siguiente paso fue usar mi cabeza a modo de pelota para comprobar la elasticidad del cuello, que en ese momento se convirtió en una masa deforme de goma, con la sensación añadida de que hubiera agua y aire entre la cabeza y el tronco. Dejé de sentir que estaban unidos, pero bueno, como seguía consciente tampoco me preocupé en exceso…
7. Breve masaje, breves corrientes eléctricas (ahí sí que me preocupaba la repercusión de la electricidad en mi intestino grueso, en el delgado, ingles y brazos, observando los correspondientes espasmos y recordando a mi querido compañero Frankenstein, que a este paso, primos hermanos, vaya.
8. Lo del barro, una decepción. Yo que pensaba que era barro de verdad, y esperaba que con una brochita me iba a llenar la espalda del natural elemento… pero no, algo falto por completo de poesía, una tira de no sé tipo de barro sería eso, porque ni olía a barro, ni se sentía barro ni manchaba como el barro, claro. Bueno, la parte práctica es esa, que no mancha…

Cuando no sin cierto esfuerzo y parsinomia fui capaz de bajarme de la camilla sin meterme la leche del año y vi que no sólo era capaz de subir los brazos para vestirme y abrir la puerta, sino que bueno, conseguí mover los pies pisando el suelo y encaminarme sin un mareo excesivo hacia la salida, mientras sin dar mucho crédito giraba a un lado y al otro la cabeza (¡podía!) y notaba como si me hubieran cortado una loncha de toda mi espalda. (“¿dónde están las contracturas? Ospi, no te muevas mucho, a ver si van a volver a subirse las muy capullas…”, pensé). Cuando mis ojos se adaptaron de nuevo a la dimensión real y vi de frente al fisio, mi pregunta no se hizo esperar: “¿Cuándo me va doler todo?”.

Me advirtió que al día siguiente, pero el mismo día por la noche volví a sentir sus dedos en mi espalda, como un reflejo de lo vivido horas antes. Y el dolor de cabeza, y el cosquilleo en la frente… joer, qué susto casi salgo corriendo (bueno, en sentido figurado, claro, ilusa de mi) a una farmacia a atiborrarme de relajantes musculares antes la noche “inolvidable” que creí se avecinaba. Pero bueno, me apañé con la compresa de gel caliente, todo un milagro de la ciencia, aunque ya no sabía ni dónde colocarla, porque encima me salió un dolor nuevo en la zona lumbar (“pero, leches” pensé, “si aquí no me tocó…”), así que a turnarse la compresa las cervicales, la espalda y los riñones… hasta que me quedé dormida.

Ayer por la mañana no daba crédito al despertarme sin dolores y poderme levantar, y moverme y todo lo demás… ays, qué alegría, igual hay esperanzas y en unos días no sólo prescindo de una silla de ruedas sino que no ¡¡¡me duele nada!!!.

Mira que si la visita al fisio ha sido una buena idea…
Mira que si la lucha física que mantuvimos va a servir para algo bueno…
Mira que si al fin y al cabo no tenía nada contra mi…
Bueno, en ese caso, retiraré todo lo que dije de su madre, de su padre y de todos sus muertos, jeje…
Daremos de tregua unas 48 horas y ya os cuento, jejeje.
De momento, puedo decir que el fisio me ha hecho sentir “lo que nadie me había hecho sentir”, sin lugar a dudas ;-)