Es curioso, pero conocí a este chico en una carrera: la de San Sebastián de los Reyes (Madrid) el pasado 12 de octubre. Me acompañó prácticamente durante toda la carrera, hablando sin parar animadamente y contándome muchas cosas, algunas de ellas curiosas, otras asombrosas para mi modo de ver (no haber desayunado, por ejemplo). Yo sí notaba que lo saludaba mucha gente, pero no sabía que fuera tan "famoso" y asiduo colaborador de Corricolari. Je, je, lo que se descubre leyendo por ahí los blogs... Bueno, me alegro de ir encontrándome con la misma gente en distintos sitios, me hace sentir, una vez más, que vivo en un mundo pequeño, je, pero lleno de sorpresas.
A continuación adjunto su artículo en la citada revista, pero que conste que lo he copiado del blog de un amigo suyo, y no de la revista... por si esto de los rights...
Y si soy el último, ¿qué? (por Darío Vico)
A veces, el recorrido más duro para un corredor principiante no es el que marca la hoja de ruta, sino el que hay entre el miedo al ridículo y el orgullo de acabar la carrera aunque sea con una marca muy modesta en los últimos puestos del pelotón. El miedo al fracaso hace que muchos atletas populares tiren la toalla incluso antes de calzarse las zapatillas. Es hora de acabar con algunos prejuicios. Para empezar, dejar claro que para ganar una prueba hay que ser el mejor, pero para llegar el último hay que ser un corredor con un coraje muy especial. ¿Crees que lo tienes?
Hace algunos años, Eric Moussambani, un desconocido nadador guineano, se convirtió en uno de los deportistas más populares de todos los que participaron en los Juegos Olímpicos de Sydney 2000. Nadó la final de 100 metros libres en algo más del doble del tiempo empleado por el ganador, llegando el último y prácticamente asfixiado a la meta. Lo más singular de su pequeña historia es que el deportista africano no tenía conciencia de la expectación que iba a despertar; simplemente hizo suyo aquel viejo lema de “Lo importante es participar”. Aunque muchos se lo tomaron como una mera anécdota, para otros fue una inspiración. Moussambani se convirtió en un símbolo tan importante como lo fue Nadia Comaneci con su serie de dieces y su reivindicación de la perfección en Montreal 76, o la suiza Gabriela Scheiss, que terminó el primer maratón olímpico femenino de Los Ángeles 84 tambaleándose, en una hermosa y dolorosa demostración del hermanamiento entre deporte y sufrimiento. En la era de la sacralización del triunfo, Moussambani volvió a recordarnos a todos que ser el último también tiene un valor, y que para lograrlo quizás seas incapaz de vencer a otro competidor, pero sí tendrás que hacerlo con la vergüenza, los prejuicios y muchos otros enemigos.
Hoy, con el atletismo popular en pleno ascenso y ganando adeptos cada semana, cada nueva carrera que se estrena en el calendario –y muchos de ellos veteranos con mermadas condiciones físicas-, cada vez somos más quienes al ponemos un dorsal tenemos que enfrentarnos al ‘síndrome Moussambani’ y vencerlo parta evitar la tentación de dejarnos derrotar por el miedo al fracaso. Son muchos los que, además, comienzan a entrenar en solitario y sin apenas referencias de lo que van a encontrarse en una carrera, por lo que la de debut siempre es la más difícil; la sensación de liberación que muchas veces se consigue al correr se desvanece cuando alguien te pregunta el tiempo o el puesto que has realizado y éste es bastante modesto. Tampoco es fácil explicar a los que te rodean por qué dedicas tanto tiempo y esfuerzo a una actividad en la que obtienes resultados tan poco brillantes, o al menos eso es lo que reflejan las tablas clasificatorias. Cada corredor tiene que saber cómo liberarse de la presión de los resultados y descubrir ‘por qué’ sigue corriendo. Un lema. El mío, lo conseguí en una terrible cuesta, que apenas podía subir trotando mientras más arriba veía como otros lo hacían sin aparente esfuerzo. No miré hacia atrás por miedo a no encontrar a nadie. Un chaval me miró y me dijo “Venga, que eres el primero empezando por ti”. Sí, lo era. Tenía algo de lo que sentirme orgulloso; estaba demostrándome que era mejor de lo que pensaba. Eso me valía. Sabía lo qué pensaba Moussambani cuando cruzaba aquella inacabable piscina, con los ojos de medio planeta fijos en él. No le gané a nadie, pero la cuesta no me ganó a mí.
Mi ‘fracaso’ personal
A finales del pasado noviembre, poco después de inscribirme a la San Silvestre con apenas un mes para prepararla y tras varios años sin hacer apenas ejercicio, decidí hacer el recorrido en coche. Era una tarde de sábado invernal y apenas había tráfico, pero el trayecto entre el Santiago Bernabeu, en el norte de Madrid, y los altos de Vallecas, en el sur, se me hizo un mundo. ¿Cómo iba a cruzarme mi ciudad de punta a punta? Pero había algo que me despertaba aún más dudas; al fin y al cabo, aquello era una carrera, y en una carrera hay un vencedor... y un último clasificado. ¿Y si era yo? Casi veinte mil personas corriendo aquella noche y yo detrás de ellas, echando el bofe. Me imaginaba a algún gracioso grabándolo en video y luego colgándolo en internet, para mi eterno escarnio.He de confesarlo; lo primero que hice al llegar a casa fue conectar el ordenador y buscar en la web de la carrera las clasificaciones de los últimos años. Las normas decían que el control se cerraba a la hora y media, y creía poder hacer el recorrido en ese tiempo. Vi a corredores que lo habían rozado, y decidí que no pasaba nada por intentarlo. Un año después de aquello, he corrido 25 carreras populares, cerca de un día de competición en total, y la mayor parte la he pasado en el furgón de cola del pelotón. Hace poco viví una de mis mejores experiencias cuando un corredor, novato, pero veterano como yo (tengo 42 años) planteó en un foro de internet las mismas dudas que yo tenía meses atrás, y aceptó mi ofrecimiento de acompañarle en su primera carrera. Le tranquilicé; si cerrábamos la clasificación, no habría problema. Los dos llegaríamos el último.No fue necesario. Cierto que nuestra clasificación fue muy modesta, pero en una carrera popular se tienen que dar circunstancias muy especiales para ser el último. El ganador suele ser un buen corredor, pero el ‘farolillo rojo’ lo suelen detentar personas muy especiales, con mucho coraje, capaces de soportar enormes dosis de sufrimiento, gente que tiene un concepto muy personal de lo que debe sustentar la autoestima. Recuerdo a ese veteranísimo del madrileño Club Paris, con su camiseta del Che Guevara, habitual del furgón de cola pero siempre con una dignidad propia de aquel lema revolucionario, “Mejor morir de pie que vivir de rodillas”. O a una corredora que un día, en plena carrera, me confesó que el primer día que salió a entrenar alguien le gastó una broma sobre el volumen de su trasero. “Me paré a los pocos metros, y pensé que aquello no tenía sentido. Pero luego me dije que para mover un culo tan grande se necesitaba un corazón aún mayor, y que eso también lo tenía”. Siguió adelante, aunque en las carreras acaba generalmente atrás.
Esclavos del chip
Ayer, tras varios días sin entrenar, corrí una carrerita de pueblo. Suelo empezar atrás, y luego trato de ir remontando posiciones según me veo de fuerzas. Al pasar a una corredora, pegamos la hebra y me dijo “Quédate y vamos charlando”. Y así lo hicimos. Quizás perdí un par de minutos, pero al fin y al cabo, que más da. Fue un bonito recorrido, recordando otras en las que tampoco hicimos un gran papel, pero aprendimos algo. No estoy dispuesto a convertirme en un esclavo del chip, por mucho que le echemos de menos en las carreras en las que no nos encadenan a él. Lo curioso es que muchos corredores que suelen finalizar en tiempos modestos suelen mostrarse críticos con la organización cuando una prueba no está cronometrada con este sistema. Claro, que más polémicas se dan cuando existe y los tiempos no cuadran al segundo con los que nos ofrece el cronómetro propio. ¿No le estaremos dando demasiada importancia a la competitividad en el atletismo popular? ¿No deberíamos recordar por qué empezamos a correr?Pepe lleva más de un año contando en su blog, “El coraje de empezar” ( HYPERLINK "http://slowpepe.blogspot.com/" http://slowpepe.blogspot.com/) su experiencia como atleta popular. La frase con la que abre su web es de John ‘The Penguin’ Bingham, profeta de los ‘lentos’ del pelotón: “No me importa llegar de los últimos en todas las carreras. Ni siquiera me preocupa el aspecto torpe que tiene mi modo de correr. Tendrías que haber visto la pinta que tenía antes, cuando estaba siempre borracho". Pepe, un ‘Bingham’ a la menorquina, que se estrenó este año como maratoniano en Barcelona y desde un principio se rebautizó ‘Slowpepe’, reivindicando el orgullo de ‘los últimos de la fila’, es un buen ejemplo de que algo está cambiando. Pero no es el único; en el foro de la web del siempre activo Club Paris madrileño ( HYPERLINK "http://www.elatleta.com" www.elatleta.com), siempre se muestran muy activos los ‘paquetes’, un conglomerado de atletas de todos los niveles que incluso organizan una especie de competición particular en la que incluso se gana puntos por llegar en compañía de otros compañeros de correrías más lentos. En las carreras cada vez es más común ver en los últimos puestos a corredores que lucen orgullosos la camiseta de un club, y viceversa, cada vez son más los clubs que animan a inscribirse y organizan planes de entrenamiento para atletas de todos los niveles, incluso de los más lentos (yo pertenezco al Edward Athletic y aunque mis marcas son las más modestas con diferencia siempre me han tratado como al mejor de sus atletas). Es la hora de proclamarlo: “Soy lento y estoy orgulloso”. Sin embargo, no siempre es fácil decidirse a empezar. ‘Slowpepe’ hizo recientemente en su blog un precioso alegato en el que dejaba claro que estaba dispuesto a seguir adelante, aunque fuera a costa de llegar siempre atrás, pero también mostraba la realidad que se encuentra cada fin de semana; “En Menorca (y en esto el Estado español es un buen espejo) sólo corren los buenos, lo he comprobado empíricamente: soy un tipo sano y en una forma aceptable, ya que corro, nado y monto en bicicleta con mucha regularidad, y cuando me presento en una carrera popular en la isla quedo indefectiblemente entre los cinco últimos (cuando no soy yo el farolillo rojo). A los malos (dejémonos de eufemismos, yo también soy malo) les produce un reparo terrible juntarse con los buenos y ni lo intentan. Parece como si se entendiera que para practicar un deporte (tan sano) como correr o andar en bici de un modo serio fuera indispensable tener un talento especial o un nivel de entrenamiento muy elevado, y para hacerlo mal pues mejor quedarse en casa. No, señores ¡no! Defiendo un acercamiento distinto a la actividad física. Defiendo otra forma de entender todo esto que conviva con la tendencia "oficial": Se puede salir a trotar o a pedalear con tranquilidad un par o tres de veces por semana, con la salud en la cabeza, y aún así presentarse en la línea de salida de una carrera verdaderamente popular con la idea de correr la distancia sin preocuparse demasiado de llegar un minuto antes o uno después, y mirando de disfrutar del ambiente, de la gente, del recorrido, del día soleado y de lo que sea.”
Iniciarse con garantías
Siento haberle ‘robado’ a Pepe sus reflexiones pero es que tiene más razón que un santo. En las grandes ciudades hay carreras para todos los niveles, con una participación a veces muy alta y en las que se convive con muchos principiantes que simplemente corren para probar y divertirse; ya no solo es el caso de las San Silvestres, carreras de iniciación por excelencia, sino de muchas otras pruebas como las organizadas recientemente por una entidad bancaria, el BBVA, donde se ofrecía la posibilidad de correr una distancia poco común ya en las populares, 5 km, y con un perfil bastante amable en su recorrido, lo que animó a muchos. O el circuito de ‘Carreras de la Mujer’ que ha animado a iniciarse en el atletismo popular a miles de corredoras. Pero en muchas localidades la participación en la mayoría de las pruebas sigue siendo reducida y para un ‘paquete’ confeso es todo un trago pensar que va a sufrir incluso para cerrar el pelotón, y no solo físicamente sino que a veces va a tener que enfrentarse con la incomprensión de los espectadores, para los que una carrera, por muy popular que sea, es una competición, y en ocasiones hasta con la de la organización.Porque esa es otra; es sorprendente que aún se sigan organizando pruebas de carácter eminentemente popular con una filosofía netamente competitiva. Relajar los cierres de control, cuidar a los que cierran el pelotón tanto como a los primeros y animar a participar a corredores de todos los niveles es algo que cualquier organizador debería plantearse. Ya hay ejemplos de carreras con pruebas paralelas en las que se ‘camina’ el recorrido, pero solo hace falta ver los (escuetos y a veces casi amenazantes) reglamentos que se publican en la mayoría de las carreras para ver que apenas se da información al corredor sin experiencia sobre qué puede esperar si se queda rezagado. Preguntas como “¿Me esperarán en la meta?” no son a veces tan ociosas. Tan desagradable es correr con el coche escoba pisándote los talones como quedarse completamente aislado del grupo y sin apenas referencias de por donde continúa el trazado, que no es algo tan fuera de lo común en algunas pruebas organizadas con mucha voluntad pero pocos medios y consideración. Y así solo se fomenta que uno se ‘baje en marcha’.
Perder el miedo al fracaso
Pero al fin y al cabo la decisión de correr es totalmente personal y uno tiene que atreverse a asumir ciertos riesgos. Y uno de ellos es perderle el miedo a ser el último. Vamos a lo práctico; es realmente difícil. Los últimos, ya lo comenté, suelen ser corredores excepcionales, por su temple y sus circunstancias. ‘Conseguir’ ese puesto ‘cuesta’ normalmente una media por encima de siete minutos y medio por kilómetro, bastante asequible para cualquiera que haya entrenado mínimamente durante un mes. El cierre de control suele estar, en una prueba de diez kilómetros, que son las más comunes, en una hora y media, por lo que hay margen suficiente. No suele ser taxativo, y, sí, salvo en ocasiones en que por motivos de cortes de tráfico sea necesario ajustar al máximo estos tiempos, la organización te suele ‘esperar’.Cuando la participación es nutrida y con participantes de niveles muy distintos es más sencillo ‘camuflarse’al fondo del pelotón y es normal que la organización sea consciente de ello y facilite la atención a todos. Empezar en una carrera de este tipo es lo mejor para quitarse de encima muchos prejuicios, pero no siempre es posible. Más complicado resulta iniciarse en una carrera ‘pequeña’ pero con un nivel medio más alto; uno tiene tiempo de estudiar a sus rivales y todos le parecen preparadísimos, afiladísimos y muy superiores. No pasa nada, incluso cuando aciertes al cien por cien. Lo mejor, para quitarse presión desde el principio, es asumir tu rol y empezar en tu posición natural, y muy atento a que no te saquen de tu ritmo. Cuando se corre solo, el pulsómetro es una buena herramienta para comprobar si vas forzado; es mejor regular que acabar tirando la toalla por intentar seguir a corredores que están fuera de tu nivel. No te obsesiones con el crono, que siempre te va a dar la sensación de que vas más despacio, vigila el pulso que es una medida mucho más eficaz para calibrar si estás infravalorando o no tus fuerzas. Si corres con un compañero de ruta, perfecto, pero el consejo es el mismo; por muy buenas que sean sus intenciones, cada uno tiene que hacer su carrera. Y si alguien debe adaptarse a la del otro, tendrá que ser el ‘tutor’ quien lo haga. Su labor es animarte, arroparte y sacar lo mejor de ti, no buscar lo que no tienes y tampoco necesitas. Lo mejor de una carrera es acabarla con ganas de empezar la siguiente.Volvemos al título de este artículo... ¿Y sí vas el último? Pues no pasa nada; es normal incluso que tengas ganas de abandonar, ya que a la presión psicológica se une que no vas a andar muy sobrado de fuerzas. Tienes que sobreponerte. Y admitir que, aunque la mayoría de la gente te anime, haya alguien que haga algún comentario jocoso que no te haga ninguna gracia. No se trata de que te conviertas en un autista, de que corras y te aísles de lo que te rodea, al contrario, tienes que aislar al experiencia. Disfrutar de lo que significa para ti, de lo que te rodea, del esfuerzo y de la sensación de que estás haciendo algo de lo que poco antes no te creías capaz; y no me refiero solo a recorrer una distancia, sino lo que es más complicado, al camino que hay entre la vergüenza y el orgullo.
RECUADRO DE APOYO
Seis consejos para perderle el miedo al fracaso: Elige, si puedes, una carrera de la que vayas a disfrutar. Que sea algo más que una mera prueba atlética, por el recorrido, por que el lugar donde se realiza signifique algo para ti, porque sabes que va a haber gente que te va a arropar. Y no te olvides de tu objetivo principal, acabarla, pero no solo a base de sufrimiento. Es mejor que pares a caminar que tires la toalla por agotarte.Ten claro tu ritmo desde el principio. Si entrenando sueles hacer una media de seis minutos –o siete, o los que sean- el kilómetro, no te la juegues al principio por seguir la marcha del grupo. Hay quien dice que un dorsal te da fuerzas extras, pero aprovéchalas al final; te animará mucho llegar al último medio kilómetro con energías de sobra, aunque lo hagas en los últimos puestos.No te creas peor de lo que eres por una simple referencia de tiempo. De acuerdo que hay quien es capaz de hacer diez minutos menos que tú y sin entrenar, y no perderá ocasión de decírtelo. Piensa el esfuerzo que has necesitado para lograr una marca y te parecerá mucho mejor que si la comparas con la de otros corredores. Aprende a respetarte a ti mismo.Tampoco te creas mejor que nadie. Sobra eso de “un tío de setenta años no puede ganarme” porque sí, puede hacerlo. No entres en piques absurdos y, si puedes, busca apoyo en otros corredores y, en la medida de lo posible, ayudaros. Charlar te puede servir para hacer más llevadero el camino y regular las fuerzas. Y al final, si tienes fuerzas esprinta, pero no dejes tirado a quien te ha ayudado.No pienses en lo que te queda. Los dos primeros kilómetros son los más duros, los que te hacen sentir que no podrás terminar, que estas haciendo algo que realmente no te gusta. Le pasa a todo el mundo. Poco a poco te irás sintiendo mejor, correrás con menos esfuerzo, pese a la merma física, y psicológicamente irás ganando fortaleza. Piensa en zancadas, no en kilómetros.No mires atrás. Ya lo has superado, así que no hay motivo para hacerlo. Puede que te vayan adelantando corredores, y no te obsesiones con que estás perdiendo fuerzas; hay muchos que prefieren correr ‘en positivo’ y van subiendo el ritmo a medida que pasan los kilómetros. Ya aprenderás a hacerlo. De momento, no te interesa si van cien, diez o ningún corredor detrás. Haz tu carrera.
RECUADRO 2
Mi ‘mejor’ peor carreraLuzaga, Guadalajara, a mediados de agosto de este año. Apenas cien corredores en la línea de salida; a muchos los conozco de correr en populares, aunque son bastante más rápidos que yo. Uno me reconoce de las páginas de Corricolari. “Sí”, le digo medio en broma, medio en serio, “soy el colaborador más lento que ha tenido la revista”. Como pensaba, salen todos como tiros y me quedo atrás, haciendo mi carrera. Cuando salimos del pueblo, sólo veo a los últimos de la fila india. Cierro la carrera, pero voy tranquilo, el paisaje es realmente precioso, no hace demasiado calor y voy disfrutando de cada paso; no voy, además, a mal ritmo para mis posibilidades, aunque ni con mi mejor tiempo conseguiría ir mucho más delante. En el kilómetro cuatro y pico adelanto a otro corredor, que ha medido mal sus fuerzas y se ha rezagado. Le animo. Poco después vuelve a adelantarme... ¡En bicicleta!. “Me he retirado”, me aclara. Vaya. No es el único que abandona; yo sigo detrás, el último, pero sigo. En el siete veo a un par de corredores. Poco a poco les recorto ventaja, les alcanzo, charlamos, se van. Voy haciendo la goma un buen trecho. Corro junto a la ribera del río, un paraje precioso, me siento absolutamente feliz de estar haciendo lo que hago, aunque la vida sería más bella si los gemelos no me j... tanto. Poco antes de entrar en el pueblo de nuevo, ya cerca de la meta, les vuelvo a alcanzar. Uno de ellos se queda, no puede más. Su compañero y otros dos amigos le esperan. Por pundonor, pego un arreón, y les paso poco antes de la meta. No llego el último por muy poco, pero me siento como Perico Delgado pegando un hachazo en Alpe D´Huez. Dios, 42 tacos y sigo soñando como cuando era un crío.
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