Este cuento me recuerda a otro de un pequeño cachorro, Rosco, creo que le llamaban, que también vivía en un bosque con sus padres y tres hermanitos.
Como el bosque era muy grande, no sabían de la existencia de otros animales; es más, se creían que estaban solos y hasta que el bosque era suyo.
Un día llegó otra familia de animales que parecía alegre y simpática y pasó el día cerca de donde ellos solían jugar. No se acercaron por temor, pero sí disfrutaron al oír sus canciones y risas desde la distancia que los separaba.
Cuando cesó el ruido, se acercaron sigilosamente a curiosear y comprobaron que, esparcidos por toda la zona, había una serie de objetos extraños para ellos. No parecía comida y no les recordaba a ninguna especie vegetal o mineral que hubiesen visto antes. Mordisquearon algunos de esos objetos, pero sus dientes inmaduros no consiguieron hacer mella en ninguno de ellos y hasta algunos de ellos se enredaron y quedaron pegados a sus patitas. Olisquearon y descubrieron un olor extraño en algunas de las piedras. ¡Cómo se rieron de Rosco los otros cachorros!, su nariz estaba negra y pringosa.
Y así pasaron los días. Y su bosque les parecía cada vez más sucio y más pequeño.
Pasado un tiempo, llegó por allí un grupo de animalillos jóvenes y simpáticos y nuestros cachorrillos se acercaron a contarles lo que estaba pasando en el bosque. El que parecía más mayor y responsable del grupo les aseguró que ellos eran diferentes y que además de cuidar del bosque lo dejarían todo tal y como lo habían encontrado. Rosco y sus hermanos se tranquilizaron y tras pasar un rato jugando con ellos, les dijeron adiós y se alejaron felices.
Debió de pasar algo que el narrador no acierta a recordar pero en la siguiente escena Rosco está aterrorizado. Apenas puede respirar. El aire está impregnado por el extraño olor que descubrieron tiempo atrás y aunque ya es de día, el bosque está oscuro, bajas nubes negras lo invaden todo. No entiende nada. Sus hermanitos duermen y duermen y por más que él intenta despertarlos para que huyan con él, ellos no reaccionan. Despavorido, corre sin parar, sin rumbo. Su corazón está a punto de estallar y para. En lo alto de una roca busca la luna y aunque no la encuentra, lanza un aullido desgarrado: “Cuando sea mayor buscaré amigos, y vigilaremos mi bosque y nunca más confiaré en nadie…”
Aquella noche, la luna, sabia como es, supo que Rosco taparía su dolor con ropajes y olores teñidos de rencor. Repartió su cálida luz en todos los corazones de los niños y animalillos cuando tras el beso de sus padres se quedaron dormidos. Ella lo ve todo desde arriba y sabe lo que hay detrás de cada uno. Y lloró por Rosco…
Como el bosque era muy grande, no sabían de la existencia de otros animales; es más, se creían que estaban solos y hasta que el bosque era suyo.
Un día llegó otra familia de animales que parecía alegre y simpática y pasó el día cerca de donde ellos solían jugar. No se acercaron por temor, pero sí disfrutaron al oír sus canciones y risas desde la distancia que los separaba.
Cuando cesó el ruido, se acercaron sigilosamente a curiosear y comprobaron que, esparcidos por toda la zona, había una serie de objetos extraños para ellos. No parecía comida y no les recordaba a ninguna especie vegetal o mineral que hubiesen visto antes. Mordisquearon algunos de esos objetos, pero sus dientes inmaduros no consiguieron hacer mella en ninguno de ellos y hasta algunos de ellos se enredaron y quedaron pegados a sus patitas. Olisquearon y descubrieron un olor extraño en algunas de las piedras. ¡Cómo se rieron de Rosco los otros cachorros!, su nariz estaba negra y pringosa.
Y así pasaron los días. Y su bosque les parecía cada vez más sucio y más pequeño.
Pasado un tiempo, llegó por allí un grupo de animalillos jóvenes y simpáticos y nuestros cachorrillos se acercaron a contarles lo que estaba pasando en el bosque. El que parecía más mayor y responsable del grupo les aseguró que ellos eran diferentes y que además de cuidar del bosque lo dejarían todo tal y como lo habían encontrado. Rosco y sus hermanos se tranquilizaron y tras pasar un rato jugando con ellos, les dijeron adiós y se alejaron felices.
Debió de pasar algo que el narrador no acierta a recordar pero en la siguiente escena Rosco está aterrorizado. Apenas puede respirar. El aire está impregnado por el extraño olor que descubrieron tiempo atrás y aunque ya es de día, el bosque está oscuro, bajas nubes negras lo invaden todo. No entiende nada. Sus hermanitos duermen y duermen y por más que él intenta despertarlos para que huyan con él, ellos no reaccionan. Despavorido, corre sin parar, sin rumbo. Su corazón está a punto de estallar y para. En lo alto de una roca busca la luna y aunque no la encuentra, lanza un aullido desgarrado: “Cuando sea mayor buscaré amigos, y vigilaremos mi bosque y nunca más confiaré en nadie…”
Aquella noche, la luna, sabia como es, supo que Rosco taparía su dolor con ropajes y olores teñidos de rencor. Repartió su cálida luz en todos los corazones de los niños y animalillos cuando tras el beso de sus padres se quedaron dormidos. Ella lo ve todo desde arriba y sabe lo que hay detrás de cada uno. Y lloró por Rosco…
Thymedeer.