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sábado, 9 de febrero de 2008

Rosco

Thymedeer me ha mandado el siguiente cuento, a propósito del Cuento para Ana Esther:

Este cuento me recuerda a otro de un pequeño cachorro, Rosco, creo que le llamaban, que también vivía en un bosque con sus padres y tres hermanitos.
Como el bosque era muy grande, no sabían de la existencia de otros animales; es más, se creían que estaban solos y hasta que el bosque era suyo.
Un día llegó otra familia de animales que parecía alegre y simpática y pasó el día cerca de donde ellos solían jugar. No se acercaron por temor, pero sí disfrutaron al oír sus canciones y risas desde la distancia que los separaba.
Cuando cesó el ruido, se acercaron sigilosamente a curiosear y comprobaron que, esparcidos por toda la zona, había una serie de objetos extraños para ellos. No parecía comida y no les recordaba a ninguna especie vegetal o mineral que hubiesen visto antes. Mordisquearon algunos de esos objetos, pero sus dientes inmaduros no consiguieron hacer mella en ninguno de ellos y hasta algunos de ellos se enredaron y quedaron pegados a sus patitas. Olisquearon y descubrieron un olor extraño en algunas de las piedras. ¡Cómo se rieron de Rosco los otros cachorros!, su nariz estaba negra y pringosa.
Y así pasaron los días. Y su bosque les parecía cada vez más sucio y más pequeño.
Pasado un tiempo, llegó por allí un grupo de animalillos jóvenes y simpáticos y nuestros cachorrillos se acercaron a contarles lo que estaba pasando en el bosque. El que parecía más mayor y responsable del grupo les aseguró que ellos eran diferentes y que además de cuidar del bosque lo dejarían todo tal y como lo habían encontrado. Rosco y sus hermanos se tranquilizaron y tras pasar un rato jugando con ellos, les dijeron adiós y se alejaron felices.

Debió de pasar algo que el narrador no acierta a recordar pero en la siguiente escena Rosco está aterrorizado. Apenas puede respirar. El aire está impregnado por el extraño olor que descubrieron tiempo atrás y aunque ya es de día, el bosque está oscuro, bajas nubes negras lo invaden todo. No entiende nada. Sus hermanitos duermen y duermen y por más que él intenta despertarlos para que huyan con él, ellos no reaccionan. Despavorido, corre sin parar, sin rumbo. Su corazón está a punto de estallar y para. En lo alto de una roca busca la luna y aunque no la encuentra, lanza un aullido desgarrado: “Cuando sea mayor buscaré amigos, y vigilaremos mi bosque y nunca más confiaré en nadie…”
Aquella noche, la luna, sabia como es, supo que Rosco taparía su dolor con ropajes y olores teñidos de rencor. Repartió su cálida luz en todos los corazones de los niños y animalillos cuando tras el beso de sus padres se quedaron dormidos. Ella lo ve todo desde arriba y sabe lo que hay detrás de cada uno. Y lloró por Rosco…

Thymedeer.

lunes, 7 de enero de 2008

Cuento para Ana Esther (para su cumpleaños)



Cuentan que un día, en el primer bosque de los primeros pobladores de la tierra, vivían los primeros animales que la habitaban. Había un rincón junto al río donde a los animales les gustaba ir de vez en cuando, sobre todo cuando llegaba el buen tiempo y el sol les dejaba comer al aire libre.

Ese día llegaron unas ardillas con sus bebés, uno aún en la barriguita de su mamá, un conejo, una gacela, una cigüeña, un cisne, el oso prudente y el león valiente. Llevaban juguetes para los bebés, bebidas que colocaron junto al río y los más sabrosos manjares para comer. Celebraban el cumpleaños del león y del búho, pero éste se había quedado esperándolos en el pueblo, organizando unas actividades con unos niños.

Cuando iban a encender el fuego para cocinar sus manjares, se acordaron que quizás no les permitirían hacerlo, porque a veces venían los vientos del norte y podían hacer quemar los árboles, sobre todo en el verano, que era la estación que quedaba más cercana.

Así que llamaron a las gaviotas que vigilaban la zona y les preguntaron si podían encender el fuego. Las gaviotas les dijeron que precisamente el día anterior había empezado la temporada prohibida del fuego, pero que si lo hacían con cuidado, podían encenderlo. De todos modos, dijeron las gaviotas, os mandaré a la gallina, que está encargada de vigilar la zona, para que supervise el lugar y os ayude.

Y así lo hicieron. Los animales se acercaron al lugar de las comidas especiales y se dispusieron a preparar todo. El cisne colocó las bebidas junto al río, con mucho cuidado para que el agua las refrescara pero no se las llevara. Las ardillas mamás se pusieron a dar de comer a sus bebés, porque ya se había hecho un poco tarde y los bebés no podían esperar más. La gacela y la cigüeña prepararon las viandas, y el oso, el león y el conejo se pusieron a preparar el fuego: primero buscaron ramas y las cortaron, después las acercaron al lugar especial donde se hacía el fuego, trajeron unas piedras especiales para encenderlo y cuando los bebés habían terminado ya su comidita especial para bebés, y antes de que tuvieran tiempo de encender el fuego, llegó la gallina que vigilaba el bosque. Iba con su traje especial de vigilante del bosque y muy contenta de ver el agradable ambiente que disfrutaban todos les preguntó si tenían permiso para encender el fuego. La gacela, rauda, se acercó y le dijo que sí, que habían llamado a las gaviotas y ellas mismas les habían dicho que les enviarían a la gallina vigilante para asesorales. La gallina miró alrededor y, tras comprobar que era cierto lo que los animales decían, vio que no había viento, que el río estaba cerca y que sólo usarían el fuego para comer, así que les dio permiso.

Pero detrás de una caseta que había allí al lado, había otro grupo de animales, que habían estado acechando todo el tiempo, sin que nadie se diera cuenta. Entonces, un animal muy extraño se les acercó. Todos se quedaron sorprendidos, porque nunca habían visto un animal así. Tenía el olor de un cerdo, la barriga de un lobo, los ojos del topo y la boca de una serpiente. Y con la sonrisa de una dragón malo malísimo les dijo: “Vosotros no podéis hacer fuego aquí, porque este bosque es mío”. Todos los animales se miraron sin comprender qué quería decir, pero él continuó: “Además, ayer mismo empezaron los vientos del norte y no está permitido hacer fuego ya”. La gallina vigilante le explicó que los animales amigos habían pedido permiso a las gaviotas del cielo y que ella no veía ningún peligro allí, así que no tenían nada que temer, y le recordó que el bosque no era solamente suyo, sino de todos los animales que lo cuidaran bien. “Ya, pero yo y mis amigos hemos traído viandas que no necesitan fuego porque sabíamos que los vientos del norte ya estaban de camino, así que si yo no puedo hacer fuego, ellos tampoco. Y si tú se lo permites, te denunciaré a ti y a todos ellos a los reptiles salvajes para que os den vuestro merecido”.

Los animales amigos le dijeron que si él lo creía conveniente, que lo hiciera, pero ellos estaban tranquilos. Además, sólo podían comer si encendían fuego, pues los manjares que habían traído eran para ser cocinados. El animal extraño se empezó a poner cada vez más rojo, y la barriga le empezó a crecer más y más, y repitió su amenaza. Sólo que esta vez le pidió una pluma a la gallina para poder denunciarla. Y se fue con sus amigos.

Cuando ya el fuego estaba listo para cocinar, la gallina vigilante, que había estado pensando en las palabras del animal extraño, les dijo a nuestros animales amigos: “Perdonad, amigos, he estado pensando y creo que es mejor que apaguéis el fuego. El olor de este animal no me gusta nada y es capaz de todo cuando os vayáis de aquí, incluso de quemar el bosque y acusaros a vosotros haberlo hecho. Por favor, apagad el fuego, hacedlo por mi”. Todos sabemos que las gallinas nunca han sido muy valientes, y que tienen mucho miedo a los problemas, sobre todo cuando vienen de animales extraños que amenazan con echarte a los reptiles salvajes.

Los animales amigos se pusieron a deliberar, y no estaban nada contentos con el camino que estaba tomando la situación, sobre todo porque ya tenían hambre, y se iban a quedar sin comer por culpa del animal extraño amenazante y maloliente, que por cierto, cada vez olía peor y estaba empezando a apestar todo el bosque, porque no podía soportar ver cómo otros hacían lo que él ni siquiera había intentado.

Hubo varias deliberaciones, algunos enfados, sobre todo del león, que no soportaba las injusticias, e incluso sacó las cosas del animal extraño y sus amigos de la cabaña, que habían ocupado diciendo que era de todos y que la tenían que compartir. La gacela, que era muy rápida y muy vivaz, también contestó al animal extraño, que ya empezaba a estar satisfecho al ver cómo el oso apagaba el fuego. Pero cuando el maloliente bicho vio que hasta los animales buenos también se enfadan tuvo un poco de miedo él mismo, así que llamó a los reptiles salvajes y se inventó muchas mentiras para castigar a los animales amigos. Cuando llegaron los reptiles y olieron la peste que soltaba el animal extraño, y le vieron los ojos de topo y la barriga de lobo y, sobre todo, la boca de serpiente, en seguida se dieron cuenta de lo que estaba hecho este animal, y después de oir el relato de la gallina y del oso, y del león y de las ardillas, y de la gacela y de la cigüeña, del cisne y del conejo, no pudieron castigarles, porque veían que decían la verdad.

El animal extraño cada vez olía peor, ya era un olor insoportable para todos, así que los animales amigos decidieron no sólo apagar el fuego sino irse de aquel lugar, que ya no era especial, y dejárselo todo para el animal extraño y sus amigos. Pero, claro, los animales amigos tenían hambre, porque no habían podido comer nada, excepto las ardillas bebés, así que decidieron irse a la casita de la gacela, que tenía un jardín muy bonito con un olivo, donde los bebés ardilla pudieron jugar, un pozo de agua fresca donde colocar las bebidas y otro lugar especial para encender fuego. Hasta segaron la hierba del jardín y la regaron e incluso tuvieron tiempo para contar cuentos a la luz de la luna…
Y la luna, que es muy sabia, esa noche, mientras dormían, con el fuego que habían decidido apagar, les encendió una llamita de luz en cada uno de sus corazones, de modo que desde entonces, cada vez que sientan venir a la envidia, la llamita se encienda y les ilumine para apartarse de ella. Porque sólo la luna sabía que la envidia tiene el hambre del lobo, la ceguera del topo, el olor del cerdo y ataca con el veneno de la serpiente.

Por eso, cuando la sintáis cerca, acordaos de los animales amigos y sabed que todos tenemos una llamita dentro para que no nos estropee el día.